La casa de la montaña

 

Isabel y Carlos, habían decidido ir de vacaciones a una casa rural que habían alquilado en un pueblo en medio de la montaña. Además habían invitado a Pedro y Ana, que casi sin pensarlo se apuntaron.

 

Se dirigieron al pueblo con el coche, Carlos iba conduciendo y a su lado Pedro, detrás iban las dos chicas, Isabel y Ana. Iban discutiendo de sus cosas, pero al ver la casa a lo lejos, ésta ocupó toda la atención:

 

-         Es bonita – comentó Ana.

-         …y vieja – gruñó Pedro.

-         Pues no haber venido, que nadie te obligó – sentenció Isabel.

-         Es verdad, así que si no te gusta, ya te estás marchando al pueblo, que allí seguro que encuentras alguna abuelita que duerma contigo – saltó ana.

 

Todos comenzaron a reírse a carcajada limpia, mientras Pedro, se ponía colorado y hacía como que no oía las risas. Carlos aparcó el coche enfrente de la casa y todos bajaron del coche, buscaron las llaves que les habían dado y abrieron la puerta. La casa estaba completamente a oscuras, y al darle al interruptor no se encendió ninguna luz.

 

-         ¿Qué pasa? – preguntó Pedro – No funciona la luz.

-         Habrá que conectar los fusibles – comentó Ana.

-         ¡Aquí están! – gritó Isabel conectándolo.

 

Se iluminó entonces toda la casa, tenía un aspecto muy antiguo y deteriorado. La decoración era también muy vieja y además estropeada. Nadie dijo nada al respecto, pero las miradas eran suficientes.

 

Cada pareja fue a su cuarto respectivo, para deshacer las maletas. Los cuartos estaban igual que el resto de la casa, tenía cada habitación, un armario enorme de madera, con dos mesillas también de madera, a los lados de una cama de hierro forjado.

 

Se dieron cuenta de que eran las tres del medio día y no habían comido, así que sacaron algo de la comida que trajeron y se pusieron a comer. Al terminar se dieron una vuelta por los alrededores de la casa, que estaba llena de árboles. Luego fueron al pueblo para comprar algo de comida y algunas otras cosas.

 

Llegaron a la casa casi oscureciendo, entraron y se pusieron a cenar. Habían comprado pan y algo de embutido, así que se hicieron unos bocadillos. Cuando terminaron se quedaron un rato hablando entre ellos y riéndose. De repente todos se dieron cuenta de que Ana estaba muy seria, y se quedaron mirando para ella.

 

-         ¡He oído un llanto! – dijo igual de seria y sin inmutarse

-         ¿Cómo vas …?

-         Shhhh – mandó a callar a Pedro – escucha.

 

Todos se pusieron atentos para ver si escuchaban algo, pero nadie oyó nada, pasó un rato y el silencio se adueñó de la casa. Hasta que Isabel rompió el hielo:

 

-         Bueno, yo me voy a dormir, que tengo mucho sueño – comentó terminando con un bostezo.

-         Yo también – añadió Carlos.

-         Venga va vamos a dormirnos Ana que es muy tarde – le dijo Pedro.

-         Vamos – contestó con desgana.

 

Todos se fueron a sus respectivos cuartos algo inquietados por lo sucedido, sobre todo Ana que no paraba de darle vueltas a lo que había oído. Le costó mucho dormirse aunque al final no aguantó más y cayó rendida.

 

A media noche se despertó algo agitada. No sabía si había sido un sueño, pero oyó como alguien la insultaba y luego notó un zarandeo. Bastante nerviosa y asustada se dirigió al baño, pero justo al llegar notó que la puerta estaba cerrada. Tocó en la puerta y unos llantos le contestaron, luego notó como un grifo que caía y además vio como salía agua e la puerta del baño, se estaba inundando.

 

Con todas sus fuerzas pegó un empujón a la puerta, solo la consiguió abrir a la cuarta vez. Despertó a todos con los golpes y en seguida fueron corriendo a ver que pasaba, encontraron a Ana sangrando de un brazo y la puerta del baño rota. Lo más extraño era que dentro del baño no había nadie.

 

-         ¿Qué ha pasado? – preguntó Pedro

-         No lo se – se disculpó Ana – oí como alguien dentro estaba llorando y luego vi como el baño se inundaba.

-         ¿Cómo se va inundar si está el piso seco? – le dijo Carlos

-         No lo se – repitió echándose esta vez a llorar

 

Pedro la abrazó intentando calmarla, Ana le pasó la mano acariciándola por la espalda y Carlos entró en el baño para asegurarse de que no había nadie allí dentro, lo que nada más entrar confirmó. Ana apartó los brazos de Pedro y se metió en el baño:

 

-         Quiero entrar en el baño, dejadme sola – dijo mientras cerraba la puerta.

-         Vale – Contestaron Pedro y Carlos a la vez.

 

Ana se lavó la cara y se miró al espejo, pero al mirar la bañera en él se dio cuenta de algo, había una chica intentando ahogarse dentro de ella. Se giró y la visión seguía, se quedó algo parada, pero luego se lanzó para intentar salvarla.

 

Al cogerla se dio cuenta de que estaba muerta, pero unos golpes en la puerta hicieron que Ana se girara bruscamente. Los golpes eran cada vez más fuertes. La mano de la supuesta muerta la cogió del brazo y le dijo casi sin aliento:

 

-         ¡No dejes que entre!

-         ¿Quién? – preguntó aturdida Ana.

-         ¡No dejes que entre! – repitió.

-         ¡Abre puta, abre! – se oyeron detrás de la puerta.

-         ¿Quién es?

-         Mi padre, me he suicidado y me ha enterrado al lado de la casa, tienes que ayudarme.

-         ¿Ayudarte? – preguntó Ana casi sin podérselo creer -  estás muerta.

-         Si, pero debes ayudarme, mi padre me maltrataba y me tenía encerrada en casa, porque era una deshonra para la familia.

-         ¿Por qué? – se atrevió a preguntar sintiendo más lástima y rabia, que miedo.

-         Me quedé embarazada, de mi novio que me prometió la felicidad, pero cuando se enteró me abandonó y me dejó sola.

-         ¿Y el niño?

-         Lo he matado, no quiero que siga sufriendo, pero mi padre nos ha enterrado separados. Yo estoy enterrada en el lado derecho y mi hijo, mi pequeño, en el lado izquierdo, al lado de un árbol muy grueso. No podré descansar hasta que no esté a mi lado. ¡Ayúdame! – dijo sonando cada vez más lejano.

 

En ese momento la puerta se abrió, Pedro y Carlos al entrar vieron a Ana desmayada en el suelo. Corrieron hacia ella para socorrerla. Intentaron reanimarla y por fin después de un rato comenzó a despertarse.

 

-         Tengo que ayudarla – dijo con la voz muy debilitada.

-         ¡Está delirando! – comentó Carlos.

-         ¿Puedes caminar, Ana? – le preguntó

 

Ana se puso en pie y con ayuda de los dos chicos la pudieron llevar a su cama. Isabel pálida y sin saber que hacer solamente observaba lo que pasaba. Por fin empezó a reaccionar algo más.

 

-         ¿Cómo estás? – le preguntó Isabel

-         Debemos ayudarla

-         ¿A quién? – preguntó esta vez Pedro

-         A la chica muerta, se suicidó porque su padre la tenía encerrada.

-         Sigue diciendo cosas raras – comentó Carlos

-         ¡No! – se puso de un salto en pie – debo ayudarla.

 

Entonces cogió una linterna que tenía en la mesilla de noche y salió corriendo de la casa. Los demás salieron detrás de ella, sin saber que estaba haciendo y con intenciones de detenerla. Salió de la casa y empezó a buscar aquel árbol grueso que le había dicho la chica fantasma, pero no encontró nada. Cuando se dio cuenta estaba agarrada por todos y le impedían seguir buscando.

 

-         ¡Dejadme, dejadme! – gritó mientras pataleaba - ¡Tengo que encontrar el árbol grueso!

 

Fue entonces cuando entre tanto pataleo alumbró a lo lejos un tronco cortado, muy, muy grueso, casi del tamaño de una mesa.

 

-         ¡Es ese, es ese! – gritó pataleando más.

 

Consiguió al fin soltarse y corrió hasta él, allí empezó a cavar con las manos y a apartar tierra y hierva. Todos se quedaron mirando para ella sin saber lo que hacía, hasta que Pedro se atrevió a preguntarle:

 

-         ¿Qué haces?

-         Ayúdame a desenterrar al niño que hay aquí.

 

Todos pensaron que estaba loca, hasta que por fin sacó el esqueleto de un niño que no tenía más de dos años, lleno de tierra, con una ropa que en su época sería amarilla y con unos bordados en otro tono de amarillo. Todos se quedaron sin saber que hacer, Ana cogió el niño como si aun estuviera vivo y se lo acercó a su pecho, como si le quisiera dar calor.

 

-         Su madre está allí enterrada, - Dijo señalando la otra zona de la casa – debemos enterrarlo con ella.

 

Fueron donde Ana indicó y entre todos abrieron un hueco hasta encontrar a la madre del bebé. Ana lo colocó a su lado que en todo ese tiempo no lo había soltado ni para excavar en la tierra, utilizando solo una mano.

 

Entonces volviendo a echar la tierra encima, después de eso nadie, volvió a nombrar nada al respecto del tema. A la mañana siguiente, recogieron todo y se marcharon. Al irse en el coche Ana miró hacia atrás para ver la casa, pero además vio a la chica con el niño en brazos y saludando.

 

Durante el camino, solo hablaron lo mínimo, todos quedaron tan conmocionados que no sabían que decir, ni de que hablar. Y aunque no dijeron nada, cada uno empezó a reflexionar sobre lo que había pasado y como Ana había adivinado el lugar donde estaban enterrados los dos cadáveres.

 

 

Por Félix Abreu Delgado