Confesión

 

Había llevado ya la penúltima pieza, solo le quedaba una más y habría acabado todo. Volvía ya hacía el piso de su amiga, la que había conocido la noche anterior en aquel pub, allí la estaba esperando para terminar con todo aquello.

 

Abrió la puerta del edificio, subió las escaleras tranquilamente, tuvo además que saludar a un vecino, finalmente entró en el piso y se dirigió al cuarto de baño.

 

-         ¡Hola! ¿He tardado mucho? – saludó aunque nadie le contestó.

 

Allí estaba ella con los ojos acristalados, abiertos por completo mirándolo fijamente; sus labios y su boca reflejaban el miedo vivido. Su cabeza estaba en el suelo, mientras que su cuerpo había sido descuartizado y repartido por distintos contenedores de la localidad.

 

-         ¿No dices nada? – preguntó a la cabeza inmóvil.

 

Durante unos segundos el cuarto de baño fue invadido por un silencio absoluto, que él rompió.

 

-         No te muevas, voy a coger la última bolsa de basura.

 

Fue a la cocina, donde tenía un rollo de bolsas de basura al lado de una cinta de embalar, que también cogió. Volvió al cuarto de baño y para su sorpresa a la cara de su amiga se le había borrado la expresión de miedo por una de tranquilidad.

 

-         ¿Qué es esto? – preguntó alterado, aunque nadie respondió. – Da igual, serán imaginaciones mías.

 

Con esas palabras se tranquilizó un poco y con las manos temblorosas agarró la cabeza por los extremos  y la introdujo dentro de la bolsa, que luego embaló. Al acabar la metió en la mochila con la que también había transportado los demás miembros del cuerpo de su amiga.

 

Salió a la calle y se echó a caminar hacía el último contenedor. Se estaba empezando a poner algo nervioso, aunque no sabía por qué, ya se había desecho de casi todo el cadáver, solo le quedaba la cabeza. Pero por otro lado pensaba que todo había pasado demasiado rápido, que no había tenido tiempo para pensar las cosas.

 

-         ¡Quizás tenías que haberme tirado al mar! – dijo una voz de repente.

-         ¿Qué? – preguntó asustado.

-         ¿Ahora ya no quieres hablar conmigo?

-         ¿Quién eres? – dijo mirando a su al rededor sin ver a nadie.

-         Mira en tu mochila.

-         ¡No puede ser!

-         Si, si que puede.

-         ¡Calla! ¡La gente nos está mirando!

-         ¿Y si no lo hago?

 

Intentó no hacerle caso, y para no llamar la atención procuraba coger calles poco transitadas para dirigirse al último contenedor y deshacerse de la cabeza.

 

-         ¿Ya no quieres hablar más conmigo? – le preguntó la cabeza con burla – sabes que te van a pillar ¿Verdad?

-         ¡No, no me van a pillar! ¡Es imposible!

-         Quizás hubiera sido mejor haber tirado los restos al mar. – propuso la cabeza.

-         ¡Tú no tienes ni idea! – gritó en plena calle - ¿Qué hago hablando yo solo? está todo en mi cabeza...

-         O en la que tienes en la mochila.

 

La cabeza siguió hablando y aunque él intentaba ignorarla no paraba, la gente lo miraba todo el rato, mientras el cráneo sacaba a la luz lo que había hecho.

 

-         Tenías que haberlo planeado mejor.

-         Lo planeé bien y punto.

-         ¿Planearlo bien es coger un mapa y en media hora buscar donde están los diferentes contenedores e irlos tirando allí?

-         ¿Qué querías que hiciera? ¡No tenía más tiempo! – gritó ya nervioso y de mal humor.

 

Ya casi estaba llegando, solo le faltaba una calle, así que intentó mantener la calma. Cogió aire, respiró hondo y caminó con paso seguro, aunque sus puños iban apretados de la tensión que llevaba. Justo cuando llegó al contenedor, abrió la mochila, sacó la cabeza y la botó dentro.

 

-         ¡Ya está! ¡Ya no hablarás más! ¡Maldita cabeza estúpida, porque estás muerta, te maté yo! ¡Lo hice porque eres una puta!

-         ¡Arriba las manos! – se oyó de repente a su lado con el sonido de varios revólveres cargándose.

 

Al mirar a su al rededor se vio rodeado por cinco policías, había cometido el fallo de ir a tirar uno de los trozos justo en frente de una comisaría. Uno de los policías lo esposó y lo llevaron dentro para que testificara.

 

Por Félix Abreu Delgado